En la década de 1970, cierta demostración científica realizada en Estados Unidos puso de manifiesto que el encéfalo produce sustancias (endorfinas y encefalinas) capaces de controlar el dolor efectivamente con mayor potencia que la morfina. Posiblemente este suceso impulsó el surgimiento y desarrollo, durante el decenio 1980-90, de la Algología (del griego algos , dolor y logos , tratado), como rama importante de la Medicina que para muchos anestesiólogos representa una subespecialidad.
Después de su nacimiento, su uso se intensificó tras la necesidad de enfrentar al dolor crónico que sufren pacientes con distintas enfermedades en columna vertebral, cáncer, diabetes y artritis, entre otras, y que es un síntoma desgastante que desequilibra a cuerpo y mente, produciendo daño no sólo al afectado, sino a sus familiares, provocando grandes pérdidas económicas a causa de los tratamientos y medicamentos que se requieren.
Médicos como el anestesiólogo Arturo García Aguilar, especialista en algología del Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS), definen al dolor como sensación desagradable que nos avisa que algo no funciona correctamente en nuestro organismo. Es la forma en que el cuerpo alerta al cerebro cuando alguna zona está amenazada o enferma, lo cual logra mediante miles de pequeños receptores repartidos por la piel y órganos que se encargan de detectar cualquier lesión.
Existen diversas causas y sensaciones dolorosas, que pueden ir de lo punzante, presionante, palpitante, ardoroso, cosquilleante o repentino, hasta llegar a aquellas que no tienen origen específico ni se justifican orgánicamente hablando, pero que las padecen miles de personas en diferentes partes del cuerpo y, al ser constantes, afectan en gran medida la calidad de vida de quien las presenta.