Seleccionar página

Aunque la llegada de los televisores planos de gran formato les quitó protagonismo, los proyectores son una alternativa vigente en hogares y oficinas.

Hasta hace bien poco, quienes querían disfrutar de la mejor experiencia de visionado posible en su hogar no dudaban en dar el salto a un proyector, librándose así de las limitaciones de las TV convencionales. Calidad de reproducción, imágenes de gran tamaño y posibilidad de conectar diversas fuentes eran sus mayores alicientes. Pero, el mercado comenzó a inundarse de televisores con resolución Full HD y diagonales inmensas y, de pronto, los proyectores se vieron relegados al ostracismo.

Curiosamente, este movimiento ha provocado un descenso notable en sus precios, y así vuelven a ser una alternativa más que recomendable para los amantes del cine en casa. No obstante, el visionado de películas al más puro estilo «palomitero» no es el único fin de un proyector: podemos conectarlo a un ordenador y ver el contenido de este a toda pantalla, o incluso el de un teléfono móvil, tableta o videoconsola. Y, por supuesto, para mostrar un pase de fotografías o presentaciones profesionales son prácticamente imbatibles.

Así, los proyectores se dividen en tres grandes bloques: domésticos, profesionales y portátiles; y antes de decantarnos por uno u otro tipo, pensaremos en el uso que le vamos a dar y en si necesitamos transportarlo fácilmente o no.

Al proyectar una imagen desde unos 12 metros podremos obtener hasta 300 pulgadas en la mayoría de los casos, tanto sobre una pared como en una pantalla.

La importancia del brillo

La diferencia fundamental entre cada segmento la suele marcar la potencia lumínica, expresada en lúmenes de brillo. Este estándar viene marcado por un método de medición de su valor medio establecido por el Instituto Nacional Estadounidense de Estándares (ANSI), mucho más fidedigno que otras estimaciones, por lo que los fabricantes suelen mostrar este valor como «lúmenes ANSI».

Todos los proyectores emiten una luz muy brillante para plasmar una imagen y, por regla general, los de uso doméstico son más apagados que los destinados a oficina. El motivo es bien sencillo: mientras que en un hogar lo más habitual es que la proyección tenga lugar en una sala a oscuras, en lugares de trabajo el entorno varía más y es posible que se necesite proyectar algo en una sala iluminado. Teniendo esto en cuenta, lo preferible es partir de un mínimo de 1.600 lúmenes para obtener una buena experiencia en casa en una habitación con luz encendida, mientras que si siempre vamos a ver películas a oscuras, podremos decantarnos en su lugar por uno de menos de 1.000.

Junto al brillo, el ratio de contraste es otro indicador importante para conocer la calidad de visionado, pues cuanto mayor sea, mejor será la pureza de los blancos y los negros. Si el proyector de nuestra elección tiene muchos lúmenes ANSI pero un contraste bajo, la imagen se mostrará descolorida, ya que la cantidad de luz que impacta en la pantalla hace que el negro pierda intensidad. Partir de un nivel nativo de al menos 1.500.1 es lo recomendado, siendo los superiores a 2.000:1 una opción excelente. Igualmente, no hay que confundir el contraste nativo o real con el contraste on-off dinámico, mucho más elevado (pero artificialmente) y que por norma general es el que suelen publicitar los fabricantes.

Distintas tecnologías

Al margen del nivel de luz emitido, existe otra gran diferencia relacionada con la tecnología empleada, siendo LCD (Liquid Crystal Display) o DLP (Digital Light Processing) las imperantes en la actualidad, normalmente los del primer tipo en entornos domésticos y los segundos en el campo profesional.

La potencia lumínica de un proyector determinará si podemos utilizarlo en estancias iluminadas o totalmente a oscuras, y se expresa en lúmenes ANSI

Los de pantalla de cristal líquido (LCD) son más simples y asequibles, y dividen el halo de luz proyectado en los tres colores primarios (rojo, verde y azul) a través de un chip para reconstruir la imagen en una, que se forma mediante puntos. Así, su imagen es muy brillante y con colores con buen nivel de saturación, pero a cambio se puede producir cierta pixelación (cada vez menor, dados los avances en resolución) y la vida de las lámparas es limitada (aproximadamente entre 2.000 y 4.000 horas de media), mientras que con imágenes de gran contraste o en blanco y negro se pueden percibir algunas distorsiones.

Por su parte, algunos proyectores DLP como los de iluminación de estado sólido no están limitados por la duración de la lámpara y, a diferencia de los LCD, no exigen de la presencia de filtros que deban limpiarse entre cada 100 y 300 horas de funcionamiento, con lo que su mantenimiento y vida útil acaba siendo mayor y el desembolso adicional puede merecer la pena en caso de uso intensivo. Además, su contraste nativo es claramente superior, sobre todo con blancos y negros, ideal si tenemos pensado proyectar documentos con texto.

Existe también una tercera tecnología que, al igual que sucede con las televisiones, ya está en desuso: CRT. Con tres tubos de rayos catódicos de alto rendimiento e imagen analógica, se suelen instalar en un punto fijo al ser muy pesados y voluminosos.

A todo esto cabe sumarle la llegada de nuevas prestaciones como el visionado 3D, algo que supera con creces la experiencia ofrecida por los televisores de este tipo gracias a su capacidad para proyectar imágenes de gran tamaño que aportan un campo de visión más elevado y que tiene en cuenta la visión periférica del espectador. O lo que es lo mismo: si el 3D con un televisor es como estar mirando a través de una ventana, con un proyector de este tipo obtendremos una experiencia más cómoda e integral. Y también existen ya proyectores que se suman a la moda del Smart TV, integrando toda clase de servicios y plataformas on-line en su propio chasis.